Mi Ángel de la guarda

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Alba animándome en la Calle San Antón. (Foto de @analba76)

En Pamplona viví 4 años. En Pamplona pude crecer como persona y formarme como periodista. Maduré y conocí a chicos y chicas como yo a los que sigo llamando amigos, dos décadas después. Tuve un par de arrancamientos de maleólo. Por ellos dejé el fútbol y por ellos me inicié en este deporte. En esas calles he comprado, paseado, salí de fiesta e, incluso, llegué a mear antes de meterme con curiosidad juvenil en manifestaciones poco recomendables. Son demasiadas razones para no querer a la «Vieja Iruña»

Ahora, cada año, vuelvo para correr los 21k del San Fermín Marathon. Mientras, intento enseñarle a mi hija, Alba, que Pamplona también podría ser, algún día,… su casa.

«Cuando la cosa va bien, CABEZA. Cuando la cosa va mal, CABEZA». (@rugadea)

Mi carrera terminó hace muchos kilómetros. En el 8 sufría el aviso del gemelo, en el 13 decidí seguir pero no correr. Camino por una calle que tiende a subir. El reloj pita, kilómetro 17. Al fondo veo un cruce, un par de vallas, un policía municipal y, a su lado, un joven. Por la izquierda me adelanta un niño en monopatín. A la derecha, otro corredor deshace el camino mientras, creo, habla a través de su móvil.

«¡Qué suerte! Ha acabado y vuelve a casa», pienso con cierta envidia.

Sigo andando y mirando al suelo mientras calculo mentalmente. Me quedan 4 kilómetros y a este ritmo serán otros 40 minutos de tortura. El gemelo tira, duele, ¿se romperá? Estoy al límite. ¿Vale la pena? Levanto los ojos, miro a mi diestra, veo,… exclamo con sorpresa:

– «¿Qué haces tú aquí?».

Sin despegar el teléfono de la oreja, cambiando su conversación, aquel corredor contesta: «He venido a acompañarte».

En su día, las redes sociales difundieron una historia, no se si fantástica o real, donde contaban que un popular se perdió en la Casa de Campo de Madrid cuando compartía ruta con otras 400 personas. O algo parecido.

Ese despistado estaba allí, a mi lado. Solo pude decir un casi inaudible: «¿Te has perdido?». 

Ángel, @contadordekm, el tío que desarrolló la filosofía del «Tractorismo» había venido a rescatarme.

Es una metralleta disparando palabras. Enlaza historia tras historia. En 500 metros me habla de su carrera, de porqué volvió, de cómo ha subido ya el Portal de Francia, intenta dialogar en su francés de Villamanta con el último clasificado del maratón y cuando, como en 2014, el olor a barbacoa nos envuelve profiere algo parecido a: «Tengo un hambre increíble».

El circuito está a punto de girar a la derecha. Cruzamos el Puente de los Alemanes, levanta el brazo y grita: «¡Venga! ¡Ahora!».

– «¡Ximo!, ¡Ximo!, ¡Ximo!». Eran tres o cuatro señoras. Jubiladas, con su ropa de domingo en sábado y el bolso de paseo. No se qué les había dicho pero allí estaban… ¡animándome!

La situación vuelve a repetirse unos metros más adelante, dentro ya del Parque Arantzadi, en otro giro pero esta vez a la izquierda. Cara de sorpresa, un poco de vergüenza y mucha timidez. Vítores mientras resuena mi nombre en aquel lugar lejano… Y llegamos al avituallamiento del 19. Sin casi enterarme, sin sentir molestias.

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Subiendo el Portal de Francia. (Foto de @analba76)

Tenía una ilusión especial en subir corriendo el Portal de Francia. Me reservé durante 6 kilómetros para intentar disfrutar de ese momento. Y, porqué no decirlo, para que mi hija viese a su padre correr aunque fuese entre los últimos.

Son 500 metros espectaculares. Duros, intensos, dolorosos en mi caso. Eso sí, recuerdo subir con soltura, con facilidad, estaba preparado. Y recuerdo el cotorreo constante de Ángel. Por lo que veo en la foto seguía pegado a mi espalda. Saludó, pudo gritar, chocó manitas y repartió besos. Mientras, el primer clasificado de los 42k ascendía la cuesta a nuestro lado, a nuestro mismo ritmo.

En ese momento, para la gente que inundaba aquella parte de la villa, ignorante quizá de la auténtica realidad, la carrera estaba así: las motos de la policía abrían la prueba, detrás Iñaki Rey, futuro ganador del maratón. Y, a pocos metros, Ángel y un servidor, teóricos segundo y tercer clasificados pero intentando todavía completar los 21.

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Llegando al callejón. (Foto de la revista ‘Run online’)

Quedan mil y pico metros. Entre calles estrechas estrechadas por la presencia de muchísima gente fuimos animados y casi empujados. Corrieron a nuestro lado hasta la puerta de la Catedral mientras nos invitaban a conseguir la victoria. Si amainaba el ambiente, allí estaba mi compañero con sus sonoros: «¡Venga Pamplona! ¡No se oye! ¡Vamos! ¡Gracias!».

La última imagen que recuerdo de Ángel es cogiendo jamón de una bandeja. No se muy bien de dónde salió pero sí su pregunta: «¿Quieres? ¿Quieres jamón? Tengo muchísima hambre. Voy a comerme todo lo que encuentre en la meta». No pude ni contestar. Entre la risa, el agobio y las ganas de acabar.

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Entre llorar o darle un morreo decidí abrazarle y evitar cualquier tentación. (Foto de @Ladygambrinus)

Y así, llegamos a meta.

Ángel, mi Ángel de la guarda, hizo honor y uso del noveno mandamiento del «Tractorismo». Dice así: «No consentirás que un compañero corra solo si le da la pájara o se lesiona».

Yo, superado el arco, no sabía si llorar o darle un morreo. Así que, simplemente, le abracé para evitar tentaciones.

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Mi Ángel de la guarda. (Foto de @sferminmarathon)

Volvamos atrás. Ángel había empezado la tarde con la misión de acompañar a un amigo en el intento de conseguir su MMP, un sub-1h45′. Aquel colega se lesionó y tuvo que retirarse. Había esperado al grupo y las liebres de 4h/2h y con ellos corrió hasta subir el Portal de Francia. Allí, tras saludar a su mujer y, previo cambio de camiseta, deshizo el camino para volver en mi busca.

Así pudo conseguir dos récords. Uno, el de su peor tiempo en un 21k: 2h45′ y pico. Otro, el del medio maratón más largo de la historia. Cubrió 26 kilómetros entre correr, volver a buscarme y llegar, por fin, a la meta.

«Correr es la razón y la excusa. Es poner un pie delante de otro y el corazón delante de los dos. Ayudar, amigos, diversión». (@JorgeDepe)


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Alba durmiendo con la medalla de su papi. Valió la pena el sufrimiento. (Foto de @ximotamarit)

Algunos me habéis preguntado, en persona y por las redes sociales, por qué quise acabar esta carrera. Una razón es que no podía hacerle un feo a mi rescatador.

La otra se entiende con la siguiente imagen. Ves a Alba la noche después de la carrera. Durmió con la medalla de su papi.

Sí. Valió la pena.

«A Pamplona has de ir»… a correr.  ¿Todavía tienes alguna duda sobre la prueba? Mira las siguientes imágenes:

26 comentarios en “Mi Ángel de la guarda

  1. Dura, yo creo que la mas dura que he corrido nunca (Ni las subidas de Behobia con sus Aupa Neska que para mi si que iban, jaja); pero Pamplona tiene algo especial… nosé si un Tagliatella, 22 lokos reunidos, un millón siguiendo una liebre de 2/4h perdiendonos mas de la mitad y ese final, ese callejon, esos sentimientos… el día que se me pase la vergüenza (que aunque no lo parezca, la tengo) cuelgo nuestro video de llegada, y todos los sentimientos, Enhorabuena a ti y a Alba por su medalla, a Contador y sus lokuras. Ya he terminado de revisarme todas tus entradas del Blog! a partir de ahora al día! Escribes de 10!

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  2. aaaaah que historia me fue atrapando de poco en poco cuando dije me quedó al final, fue la parte de que en Pamplona también un día te llegaste a mear jajaajajajajajaja muy buena.

    Saludos de un loco blogger runner de Guadalajara México.

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    • Gracias Raúl. El placer fue, por supuesto, también para mí. Nos leemos en nuestros respectivos rincones, nos vemos en las comidas precarrera,… porque en la carrera solo podría verte la espalda y de lejos. 😉

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  3. Una gran crónica, emocionante y con esa gran habilidad tuya de transmitir lo que vives en las carreras, haciendo al lector, participe en ellas.

    Enhorabuena, Ximo

    Por cierto, buena pareja haceís Angel y tú. Se os quiere a ambos.

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