En el parque José Martí

Cuba, literalmente, se cae a pedazos. Pero si dejas de lado aquello que se ve, la gente es feliz. Al menos,… parece dichosa, aparenta alegría. Realidad o pura fachada, los autóctonos practican mucho deporte. Algunos corren por el Malecón de la Habana, otros prefieren hacerlo en las instalaciones públicas. El Tractor de La Pobla ha estado ahí, con ellos, en el Parque Deportivo José Martí.

«Hay q luchar o aprender a luchar». (@AlfredoVaronaA)

Julito va a cumplir 50 años. Está licenciado en Químicas por la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, pero nunca ha podido pisar un laboratorio. Se ha lanzado tres veces al mar sin llegar a la ansiada meta de pisar territorio norteamericano. Ahora trabaja como ebanista en un taller de la ciudad.

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El Parque Deportivo José Martí.

En sus ratos libres, la mayoría de las tardes, pesca en el malecón habanero porque así «en casa comemos algo más que arroz y frijoles». Y hace deporte: «Sí, por la mañana, bien tempranito, antes de que salga el sol voy al parque José Martí». Julito madruga para correr.

Yo también. Por el desajuste horario, por la rutina de entrenar, por el plan del maratón de Valencia, por la curiosidad de ver dónde practican deporte los habaneros, mi cuerpo pide marcha desde bien temprano.

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La tribuna del estadio. Casi en ruina. Pero la gente sigue utilizando la instalación.

Encuentro el polideportivo a 500 metros del hotel. Parece un recinto abandonado. No hay luz. Ni natural, ni artificial pero se intuye actividad. Sí, la instalación ya está llena de gente.

Construido en la década de los 40 del siglo XX el parque lleva mas de 20 años sin recibir ningún tipo de mantenimiento.

De la pista original de ceniza solo queda el dibujo y el recuerdo. Las calles son historia, inexistentes. Los fosos de longitud se intuyen. Ni rastro de vallas, de jaulas de lanzamientos, no hay colchonetas para la altura ni zona de pértiga. Nada.

Y, sin embargo, a las 7 de la mañana aquello bulle de gente.

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Gente andando, gente corriendo, gente practicando deporte.

No se ven zapatillas ni ropa de marca, no hay GPS, ni siquiera hay relojes. No parece un desfile de moda deportiva. No existe el postureo y nadie escucha música.

El suelo está muy duro y desprende un polvillo que impregna la zapatilla. Y los atletas populares, todos, caminan, ruedan, corren en el sentido de las agujas del reloj. Silenciosos, eso sí, mientras escuchamos las olas del Océano Atlántico rompiendo contra los muros del malecón.

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El ‘gimnasio’ del parque.

De la «pista» al «gimnasio», si así puede llamarse. Junto a la pared del pabellón, en la zona cementada que pudo ser un pasillo de transito, aparecen una serie de estructuras metálicas fijadas al suelo.

De gimnasio tiene la intención. Si eres español puedes conocer este espacio como «parque biosaludable». Sí, son los aparatos que se instalan para que la tercera edad haga ejercicios al aire libre. Es lo que hay.

«Papi, aquí no tenemos dinero para nada. Todo esto es un regalo de un ayuntamiento español. Ustedes son muy generosos y nosotros queremos mucho a la Madre Patria».

Julito se apoya en una pared llena de pintadas. Estira el cuádriceps. Baja la pierna, se gira, mira y me ve. Levanta el brazo con la mano abierta, saluda y se marcha. Debe tener prisa. Esta mañana tenía que acabar una mesa de despacho.


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