Ekiden Valencia (maratón por relevos). Soy el sexto miembro del equipo. Antes, los otros 5 compañeros, han cubierto tres tramos de 5 kilómetros y dos 10k. Mi parcial es el pico restante hasta completar la distancia: 7.195 metros. Seré, con diferencia, el peor corredor del VicTeam2.

La sombra proyectada por la grada distorsiona la realidad. A cubierto, resguardado, parece que hace calor. Fuera, a pleno sol, varía la sensación. Hace calor. Es el infierno.
Son las 12:20 horas del mediodía. Me toca salir. Dejo la cámara de llamadas, accedo a la zona de relevos, piso la pista del estadio y escucho a otro participante:
– «Nano, ¡32 grados a la sombra! Las vamos a pasar p…». Magnífico.
Por la puerta del recinto ya entra Pili. Nuestro último 5.000 mantiene su ritmo: segura, constante y consistente. Y mantiene la sonrisa. Cuando llega junto a mi, traspasa el tatsuki (el testigo) y le pregunto: «¿Qué tal?’ ¿Calor?».
Ni contesta. Parece ir zombi. Sonriente pero ida. Solo desea acabar y yo… yo también, aunque esté empezando.
El tartán desprende mucha temperatura. El golpe envuelve directamente sin aviso y con contundencia. Desde arriba, calor; desde abajo, calor; el aire que respiras, caliente. Mal rollo.
El segundo kilómetro es una larga recta de tierra prensada, hierba a ambos lados y muchísimos árboles. Pero, tiene narices, no hay sombra. Ni una que pueda convertirse en refugio.
A los 2.000 metros ya estoy asqueado de todo esto. «¿Qué hago aquí?». Recuerdo el quinto mandamiento del Tractorismo: «Ante la duda correrás 15 segundos por debajo de tu ritmo… hasta más ver».
Ni 15 segundos ni 30. Mi ritmo es historia. Tras otro kilómetro a pleno solazo, por el cartel del 3, las personas ya no son personas, los árboles no son árboles, aquel perro… aquel perro también está borroso. Empiezo a no ver bien y a correr peor. Voy lento, muy lento. Agobio.

El circuito se cubre con una desagradable sombra. Hace el mismo calor aunque no haya sol. Estoy paranoico. Todo me da igual. No siento cansancio, no siento las piernas, respiro porque tengo que respirar. Corro anestesiado. El tramo se convierte en otra larga recta, inacabable, tediosa, agónica. Sigo asqueado y, por Dios, que ahí mismo me hubiese parado.
Pero esta carrera no es solo mi carrera. Es un esfuerzo compartido (lema oficial de la prueba, por cierto) y yo estoy estropeando el trabajo del resto.
El paso por el 5k se convierte en otro golpe duro. 400 metros de realidad cruda y contundente. Hay que dar una vuelta al estadio. Otra vez me encuentro sobre ese tartán azul y apestosamente caliente. Corro despacio o ando rápido. Puro asco.

De la botella del avituallamiento beberé un poco. El resto, a modo ducha, recorre mi extenso cuerpo, desde la gorra hasta las rodillas. La refrigeración dura poco tiempo. El agua gotea desde la gorra y empapa la camiseta pero no sirve ya de nada.
No recuerdo los últimos dos kilómetros. Tengo una media cercana a los 8 minutos. No se, la verdad, si seguí corriendo o llegué a andar. No veía, no oía, no miraba. Todo resultaba una mezcla de agonía, asco, agobio, calor, calor y calor.
Llegué a meta porque tenía que llegar. Gracias a los ánimos de mis amigos Vicente y Joxe, este speaker del Ekiden y voz de mi consciencia inconsciente. Sin más mérito que conseguir pisar la alfombra de tiempo. Sin otro valor que culminar la carrera de mis 5 compañeros:




Tiempo en meta: 4h13’00» (en 2014: 4h12’21»). Peor crono pero mejor clasificación. El año pasado solo quedaron 9 equipos por detrás del VicTeam. Esta vez, 41 fueron más lentos que el VicTeam2.
Por cierto, la sensación, según la prensa, no fue sensación. Era pura realidad. Había estado corriendo en el infierno.
